12 junio 2010

Love is so blind it feels right when it's wrong,

LA LOCA DEL 111

Ágatha se consideraba una mujer bastante alta para su edad. Sus ojos eran de un celeste muy intenso, y vestía siempre el mismo tapado de piel marrón. En los pies solía llevar aquellos desgastados zapatos verdes que nunca habían dejado de gustarle, pese a sus infinitos pasos caminados. Su cabello era corto y rubio, aunque su verdadero color era un castaño oscuro que aún a sus 72 años no lograba asumir. Su cara ya había sido cubierta por una incalculable cantidad de arrugas.
Ágatha trazaba delicadamente sus labios con un rojo furioso, evidenciando sus ansias por ser besada.
Solía realizar el mismo recorrido cada noche: luego de juntar una a una las monedas y preparar todo como era debido, Ágatha tomaba su pequeña cartera de cuero y pagaba el boleto, que tenía como destino final su incesable fantasía.
Le gustaba introducirse en aquel destartalado colectivo dejando entrever cierto aire de soberbia mientras, intentando esconderse, aquellos que ya la conocían comenzaban a reir y cuchichear maliciosamente. A Ágatha no le importaba, ni siquiera se percataba de aquello.
La lángida dama se sentaba: allí empezaba el ritual. Lentamente estiraba sus delgadas manos e iba extrayendo diversos elementos de aquel diminuto maletín.
Primero su rostro: sus pómulos, su nariz, todo debía lucir perfecto para el valioso encuentro que la esperaba. El hecho de pintar sus pestañas le resultaba una ardua tarea, y más cuando debía estar pendiente de los tan cambiantes -e irritantes- semáforos: Rojo, verde, amarillo, rojo, verde, verde, amarillo, rojo. Rojo como su boca.
Ágatha, por momentos, se mostraba apurada; su amor estaba esperándola y quería que el mundo entero lo supiera. ¿Con qué la sorprendería esta noche? "¿Serán flores o bombones?" - pensaba. "¿O, tal vez, una íntima cena a la luz de las velas?".
Su corazón latía, pero eran palpitaciones vacías, llenas de nada.
Por último, los labios. Siempre los labios. Los remarcaba con fuerza y con un pulso que resultaba sólido e imperturbable; como si estuviera acostumbrada a hacerlo cada noche.
Y lo hacía.
Ágatha, a pocas paradas antes de la suya, comenzaba a tararear una contagiosa melodía. Ya estaba lista para él.
Al bajar, se sentaba en un banquito de Plaza Serrano y se miraba en el espejo que la había ayudado a maquillarse, como buscando su cordura.
Esperaba cantando..divagando, delirando, hablando sola. Esperaba. Nisiquiera su propia sombra podía acompañarla en una noche tan oscura.
De pronto, aparecía su peor enemigo. Al llegar el alba, Ágatha se encontraba con lo que más temía: su amor se había ido, y ya era tarde para recuperarlo.
Las lágrimas teñidas de negro comenzaban a brotar y se bifurcaban al tocar sus arrugas; y ella gritaba, sufría, se desgañitaba durante segundos, minutos, tal vez horas. No dejaba de preguntarse cómo tal atrocidad le había sucedido. "¿En qué momento lo perdí?", se preguntaba.
Hasta que, repentinamente, aquella vieja frase que había escuchado alguna vez aparecía en su mente: "El amor es ciego".
No recordaba bien si pertencía a la vieja canción que tarareaba monótonamente, a las últimas palabras de su madre antes de morir, o a un poema de Bécquer; pero eso no importaba: era justo lo que necesitaba.
¡¡AÚN ME QUIERE!!, ¡¡AÚN ME AMA!!, gritaba Ágatha alegremente. Su mirada, entre lunática y extraviada, reflejaba un brillo que parecía verdadero. Un brillo que sólo podía provenir de su deshabitado corazón, que comenzaba a dar brincos otra vez. La esperanza había vuelto, y esta vez traía a la ilusión como lazarillo.
Y así, con los ojos secos, la mirada perdida y la voz totalmente ronca, Ágatha daba unos últimos sollozos y se levantaba.
Pensaba por un momento. Tal vez le haría bien una siesta. Sí, sí. Definitivamente necesitaba descansar.

Después de todo, una cita la esperaba esta noche.

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MUSIQUE ET POÉSIE