Durante toda mi vida esperé a que las situaciones me ahogaran, me agotaran o sobrepasaran el límite de mi paciencia para quejarme o expresar mi enojo. Porque me enseñaron que a veces es mejor callarse y evitar una situación tensa o incómoda que andar luchando o gritando por la vida. Tal vez por eso de chiquita, cuando mi mamá se peleaba con algún vendedor yo me escondía atrás de ella para que nadie me viera, me sonrojaba por completo, o directamente le rogaba de rodillas que no me llevara con ella para devolver o cambiar cosas porque sabía cómo iba a terminar el asunto.
Esa filosofía de vida funcionó bastante bien, hasta que me fui dando cuenta (no fue de pronto, fue un largo proceso) de cómo eso podía llegar a afectarme. Fueron varios los que a su vez se dieron cuenta de que era medio boluda y aprovecharon para abusar de mi paciencia unas cuantas veces.
Mi fiel amiga (y extraordinaria escritora) Euge, un día me sugirió leer el blog de "La peleadora", Carolina Aguirre. Para quienes lo desconocen, el lema que daba origen a todos sus escritos era "la vida con un caracter de mierda". Poco a poco me fui nutriendo de esos ocurrentes y comiquísimos posts, y descubrí que podía llegar a ser cool ser una peleadora, una de esas que ves gritando en los negocios o en los supermercados y deseas nunca cruzártela en tu vida (sí, básicamente como mi vieja).
Me resultó siempre fácil quedarme callada cuando la situación me molestaba, e incluso llegué a simular que me sentía espectacularmente cuando por dentro tenía un caos sentimental.
Definitivamente el momento más deprimente fue cuando me dí cuenta de que mi hermanita de 15 años tenía el triple de personalidad que yo, y que no le temblaba la voz a la hora de putear a alguna de sus amiguitas, a mis viejos, o -¿por qué no?- a un simple desconocido.
Fue entonces cuando empecé a mirarme al espejo preguntándome "¿seguirás siendo una boluda el resto de tu vida?"...
LA RESPUESTA ES NO.
De a poco, me fui largando con pequeños placeres a los que suelo llamar "descargas", como responderles a los obreros que me gritan por la calle. Sí, todo bien...está bueno que te suban el autoestima de vez en cuando con algún que otro piropo, y seguramente más de una se tiraría de un quinto piso si pasara por una obra en construcción y sólo escuchara un silencio...pero a veces nuestros sudorosos y laboriosos admiradores, sinceramente, se van al carajo.
Siempre sentí ganas de darme vuelta y decirles algo tan repugnante como lo que ellos gritaban, y siempre me contuve. Pero NO, la vida es más que eso.
Puedo asegurarles que la satisfacción de la primera vez que le respondí a un camionero decrépito "¡¡¡Qué viejo verde de mierrrrrrrrrda!!!" puede compararse con muy pocas cosas que me hicieron feliz en esta vida. La cara del vejestorio, increíble.
En fin, así como la picazón sólo puede ser aliviada rascándose, los descontentos y sentimientos de protesta, sólo pueden alivianarse si uno los expresa.
Esa es la manera en que he desperdiciado un cuarto de mi vida tolerando lo intolerable, conteniendo lo incontenible y -una expresión muuy mía- fumándome lo infumable. No es sano, no señores. Situación incómoda las pelotas, acá hay un claro ejemplo de esa gente que desparrama buenas actitudes por todas partes y un día nublado decide llevar un arma al trabajo y dispararle a todo lo que tenga más de una pierna; o cortarse el flequillo irregular, irse a vivir a Tombuctú y cambiarse el nombre a McLovin.
Sí, McLovin.
Así es que he decidido empezar a decir, expresar, manifestar (aunque sea levemente) aquello que me irrita, me saca de quicio o, como diría mi primo en sus momentos de ira "me hace saltar la chaveta".
Por el bien de Tombuctú y sus habitantes.
PD: No, yo tampoco sé lo que es una chaveta.